La espera
continuación de una historia sin terminar que un amigo de pueblo me regaló...
Allá en el pueblo el hombre de utopías multicolores se había sentado a descansar un rato frente a la obra que (des) construía. Sin limpiarse las manos negras hollín agarró el sandwich de milanesa y la botella de agua, que se había llevado en un tupper, desde su casa
Dejó escapar un suspiro, mezcla de catarro y estornudo, mientras pensaba cuáles serían los pasos para derribar finalmente el edificio. Primero, pensó, no faltaba tanto. Un poco de pico por la pared izquierda. No entendía por qué ese lado le estaba costando más que el derecho. Quizás, usaron distinto cemento; empezaron con el mejor y cuando se dieron cuenta de que les iba a salir caro, compraron el berreta. Estos chantas no gastan mucho sino es para su juerga de las noches. Entonces, repasemos, un poco de pico en la izquierda y después todo el laburo era con la pala. Más de tres noches no iba a tardar. Buen tiempo, Oliverio, buen tiempo. Tendrás tu recompensa. Ahora eso sí, rajá, rajá urgente porque cuando se enteren los de la Municipalidad te matan. Menos mal que ahora andan de viaje por la Capital. Lástima que el Guille no te pudo dar una mano, pero anda con mucho laburo. Quizás el Pancho, pero ese vago anda siempre durmiendo, cansado de estar agobiado de la nada como dice su mujer. Mejor, así, mejor solo. Si al final te gusta decir que te la bancás vos solito. Sí, es verdad.
Poco más de cuatro días tardó el hombre en darle forma a su idea y poco más de cuatro en demoler la obra de cemento y ladrillos. Un hedor rancio se desprendía de sus ropas desgarradas, tenía su pelo corto crispado y en su cara, lo único que alertaba que aún vivía eran sus ojos de miel que parpadeaban. Todo lo demás, era: espesa negrura inmóvil. Como si la muerte se hubiera puesto su cuerpo para asistir a una fiesta de disfraces. Sin embargo, Oliverio vivía. Más que nunca. Con la muerte en su cuerpo, estaba más vivo.
Cuando se consumió el derrumbe eran las seis y cuarenta de la tarde. A la Muncipalidad ya le habían pasado el dato y había avisado al pueblo vecino que detuviera el inaudito accionar de aquel hombre. Pancho se había enterado por la radio de la locura de su amigo. Nada le había sorprendido y tampoco lo sorprendió no sentirse sorprendido. Olverio era así desde chiquito. Con su Sierra modelo 79 celeste pasó a buscarlo antes de que llegaran a agarrarlo.
¡Se la pasa lindo con gente amiga como vos, Panchito!. Me viene al pelo que siempre andés tirado mirando la caja boba. Ey, ey, no te vayas muy lejos. Que hoy a la noche tengo que volver a este mismo lugar. No, no no soy Loco ni Cuerdo. Oliverio, podés llamarme. Sí, está bien vayamos a lo de la Gallega ahí nadie nos encuentra pero esta noche jurá que me traés. Jurálo por el vino, por el dominó de los domingos y por la Mirta. Así, te creo. Vamos nomás.
Hombre de palabra, cuando escuhó por la radio y confirmó con el noticiero que ya no buscaban por el pueblo a su amigo, lo alcanzó hasta donde estaba el cadáver del edificio. Te espero en el auto. Mirá que me quedo ahí estacionado. Sí, yo te aviso. hacé lo que tengas que hacer pero rápido. Oliverio sonrió mostrando que la falta de algunos dientes no extermina la ternura de una mueca de alegría y satisfacción.
Esperó. Una, dos, tres, cuatro horas. Oliverio esperó a que ella apareciese. Había destruido a su enemigo. Había destrozado el obstáculo que impedía el encuentro. Había exterminado con esfuerzo aquel bloqueo tan armado. ¿Se habría olvidado ella de la promesa de ambos?, ¿se habría cansado de esperarlo?Miró a uno y otro lado, pero no estaba. Ni siquiera una sombra, un rastro. Ni un mensaje en código, ni una nota para armar o descifrar. Con los diez dedos rastrilló el polvo del edificio mutilado, apretó fuerte el hollín con la palma de la mano hasta volverlo polvo negro casi invisible. Corrió hasta el auto. Pancho dormía. Se acostó sobre el cuerpo desintegrado del edificio, con la cara hacia arriba.
A la mañana siguiente supo que ella jamás había llegado. La negrura de sus pómulos, su nariz, su boca se deshacía arrastrada por un fino hilo de agua; la mezcla era petróleo. Petróleo que lo condenaba a quedarse inmóvil sobre los escombros edilicios.
¡Llevense el cadáver! La Municipalidad había llegado.
Pancho nunca supo a quién esperaba Oliverio pero sobre la tumba de su amigo juró, una y otra noche, que jamás dormiría hasta que ella apareciera en el lugar establecido para la cita...
Allá en el pueblo el hombre de utopías multicolores se había sentado a descansar un rato frente a la obra que (des) construía. Sin limpiarse las manos negras hollín agarró el sandwich de milanesa y la botella de agua, que se había llevado en un tupper, desde su casa
Dejó escapar un suspiro, mezcla de catarro y estornudo, mientras pensaba cuáles serían los pasos para derribar finalmente el edificio. Primero, pensó, no faltaba tanto. Un poco de pico por la pared izquierda. No entendía por qué ese lado le estaba costando más que el derecho. Quizás, usaron distinto cemento; empezaron con el mejor y cuando se dieron cuenta de que les iba a salir caro, compraron el berreta. Estos chantas no gastan mucho sino es para su juerga de las noches. Entonces, repasemos, un poco de pico en la izquierda y después todo el laburo era con la pala. Más de tres noches no iba a tardar. Buen tiempo, Oliverio, buen tiempo. Tendrás tu recompensa. Ahora eso sí, rajá, rajá urgente porque cuando se enteren los de la Municipalidad te matan. Menos mal que ahora andan de viaje por la Capital. Lástima que el Guille no te pudo dar una mano, pero anda con mucho laburo. Quizás el Pancho, pero ese vago anda siempre durmiendo, cansado de estar agobiado de la nada como dice su mujer. Mejor, así, mejor solo. Si al final te gusta decir que te la bancás vos solito. Sí, es verdad.
Poco más de cuatro días tardó el hombre en darle forma a su idea y poco más de cuatro en demoler la obra de cemento y ladrillos. Un hedor rancio se desprendía de sus ropas desgarradas, tenía su pelo corto crispado y en su cara, lo único que alertaba que aún vivía eran sus ojos de miel que parpadeaban. Todo lo demás, era: espesa negrura inmóvil. Como si la muerte se hubiera puesto su cuerpo para asistir a una fiesta de disfraces. Sin embargo, Oliverio vivía. Más que nunca. Con la muerte en su cuerpo, estaba más vivo.
Cuando se consumió el derrumbe eran las seis y cuarenta de la tarde. A la Muncipalidad ya le habían pasado el dato y había avisado al pueblo vecino que detuviera el inaudito accionar de aquel hombre. Pancho se había enterado por la radio de la locura de su amigo. Nada le había sorprendido y tampoco lo sorprendió no sentirse sorprendido. Olverio era así desde chiquito. Con su Sierra modelo 79 celeste pasó a buscarlo antes de que llegaran a agarrarlo.
¡Se la pasa lindo con gente amiga como vos, Panchito!. Me viene al pelo que siempre andés tirado mirando la caja boba. Ey, ey, no te vayas muy lejos. Que hoy a la noche tengo que volver a este mismo lugar. No, no no soy Loco ni Cuerdo. Oliverio, podés llamarme. Sí, está bien vayamos a lo de la Gallega ahí nadie nos encuentra pero esta noche jurá que me traés. Jurálo por el vino, por el dominó de los domingos y por la Mirta. Así, te creo. Vamos nomás.
Hombre de palabra, cuando escuhó por la radio y confirmó con el noticiero que ya no buscaban por el pueblo a su amigo, lo alcanzó hasta donde estaba el cadáver del edificio. Te espero en el auto. Mirá que me quedo ahí estacionado. Sí, yo te aviso. hacé lo que tengas que hacer pero rápido. Oliverio sonrió mostrando que la falta de algunos dientes no extermina la ternura de una mueca de alegría y satisfacción.
Esperó. Una, dos, tres, cuatro horas. Oliverio esperó a que ella apareciese. Había destruido a su enemigo. Había destrozado el obstáculo que impedía el encuentro. Había exterminado con esfuerzo aquel bloqueo tan armado. ¿Se habría olvidado ella de la promesa de ambos?, ¿se habría cansado de esperarlo?Miró a uno y otro lado, pero no estaba. Ni siquiera una sombra, un rastro. Ni un mensaje en código, ni una nota para armar o descifrar. Con los diez dedos rastrilló el polvo del edificio mutilado, apretó fuerte el hollín con la palma de la mano hasta volverlo polvo negro casi invisible. Corrió hasta el auto. Pancho dormía. Se acostó sobre el cuerpo desintegrado del edificio, con la cara hacia arriba.
A la mañana siguiente supo que ella jamás había llegado. La negrura de sus pómulos, su nariz, su boca se deshacía arrastrada por un fino hilo de agua; la mezcla era petróleo. Petróleo que lo condenaba a quedarse inmóvil sobre los escombros edilicios.
¡Llevense el cadáver! La Municipalidad había llegado.
Pancho nunca supo a quién esperaba Oliverio pero sobre la tumba de su amigo juró, una y otra noche, que jamás dormiría hasta que ella apareciera en el lugar establecido para la cita...

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