Tantas más
La encontré un martes frío de agosto. Sobre la planta que mi mamá tenía en el balcón.
Era púrpura con matices de rosa y fuscias sobre el borde de las alas. Estaba acurrucada, como si pretendiera ser un bicho rugoso, redondo, chiquito. Ella, ella la dama hermosa; la fugitiva princesa, la efímera mujer ¿quería ser una bolita marrón pequeñita?
Le acaricié un ala. No se movió. La agarré entre el dedo índice y el mayor. No se movió. Estaba muerta. La puse sobre la palma de mi mano. Aleteó. ¿No estaba muerta? No. La acerqué a mis ojos miopes. Eran espléndidos los colores. La llevé hasta mi oído para escuchar su respiración. No la oí. Sin embargo, sabía que estaba intentando decirme algo.
¿Un escarabajo, una luciérnaga, una vaquita de San Antonio? ¿Para qué destruir la belleza, la sensualidad? ¿Por qué?
No la llegué a escuchar. De repente, como si el calor de mi cuerpo fuese un asesino irracional, en mi mano hubo un incendio breve, cortísimo. Después, sólo fueron cenizas.
Nunca me lo dijo, nunca alcanzó a contármelo.
Soplé el polvo grisáceo sobre la planta de mi mamá.
Lloré una muerte ese martes frío de agosto. No sabría que después vendrían tantas más.
Era púrpura con matices de rosa y fuscias sobre el borde de las alas. Estaba acurrucada, como si pretendiera ser un bicho rugoso, redondo, chiquito. Ella, ella la dama hermosa; la fugitiva princesa, la efímera mujer ¿quería ser una bolita marrón pequeñita?
Le acaricié un ala. No se movió. La agarré entre el dedo índice y el mayor. No se movió. Estaba muerta. La puse sobre la palma de mi mano. Aleteó. ¿No estaba muerta? No. La acerqué a mis ojos miopes. Eran espléndidos los colores. La llevé hasta mi oído para escuchar su respiración. No la oí. Sin embargo, sabía que estaba intentando decirme algo.
¿Un escarabajo, una luciérnaga, una vaquita de San Antonio? ¿Para qué destruir la belleza, la sensualidad? ¿Por qué?
No la llegué a escuchar. De repente, como si el calor de mi cuerpo fuese un asesino irracional, en mi mano hubo un incendio breve, cortísimo. Después, sólo fueron cenizas.
Nunca me lo dijo, nunca alcanzó a contármelo.
Soplé el polvo grisáceo sobre la planta de mi mamá.
Lloré una muerte ese martes frío de agosto. No sabría que después vendrían tantas más.

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