Diario
Día 1. Nació inesperadamente. Nada ni nadie supo advertirme que estaba engendrándose dentro mío. Tiempo de gestación: desconocido. Un dolor no experimentado anteriormente me anunció su llegada a mi mundo. La toqué, rozándola despacio, la palpé. Con las yemas de los dedos fui descubriendo su forma, dibujando el contorno de su cuerpo arrugado. Todavía no la quiero.
Día 2. Me duele el vínculo que tenemos. Me lastima el cordón umbilical que no quiere que cortemos. Está más grande y no me deja dormir por las noches. No, no la quiero creo.
Día 3. No se deja ver bien pero algo blanco apareció en su cabeza. No sé qué es. No quiero saber qué es. Me hace gritar y llorar porque me desespera su existencia. Me alteran sus ganas de depender de mí. Nació sólo para hacerme doler y molestarme. Porque es así: no me deja comer, no me deja dormir, no me deja hablar. Cada vez que intento llevar a cabo alguna actividad, me recuerda que allí está ella. Que la tenga en cuenta, que perciba su aguijón punzante. Quiero que sepa que no la quiero.
Día 4. Creo que entendió los indicios que fui dándole. Hoy amanecí sintiendo que pude descansar bien. Por la mañana no se preocupó en hacerse notar y casi casi que logré olvidarme de ella. pero ahí nomás cuando me senté a desayunar, apareció. Sin hablar, porque no puede, se las rebusca muy bien para decirme: ¿Qué tal?,¡ he vuelto! Por si me extrañas. Me imagino su voz aguda e irónica. Hoy la vi, el blanco de su cabeza aún está ahí. No puedo distinguir qué es. Pero ella está más chiquita.
Día 5. Hoy no molestó hasta la tarde. Más o menos a la hora de la merienda recién se molestó en aparecer. Su cuerpo rugoso es cada vez más diminuto. Siento que se dio cuenta que la quiero menos que poco. No estoy preparada, es así. Que lo sepa. La verdad es esa, ella no se quiso dar cuenta antes. No tengo la culpa. No sabía de su nacimiento.
Día 6. No quiero asesinarla, pero creo que está matándose sola. El cordón se está cortando y no tiene cómo alimentarse. Ella era por mí. La pobre se avivó: yo no era por ella. Es más, yo era mucho mejor sin ella. Ya casi no tiene cuerpo ni blanco en la cabeza.
Día 7. ¡Qué bien que duermo hace dos noches! Creo que le quedan pocas horas de vida. Debería despedirla. No, quizás no. Si no me ancariñé, ¿para qué voy a montar un circo frente a su ida? Que se vuelva nomás a la nada. Esto jamás debería haber sucedido. No debería haber nacido. No en mí. No estoy preparada. Sí, estoy lista para que muera y se vaya.
Día 8. Ay es una tranquilidad constante. Respiro, como y duermo sin su presencia perturbadora. Ya no hay cordones que me aten a ella ni dolores. No la quería. Fue la mejor decisión que pudo haber tomado. Cuando llegás a un lugar y no te reciben con agrado; después de algunos intentos, date la vuelta y andáte.
Día 9. Como suele suceder cuando algo se pierde, cuando alguien se aleja de uno, la extraño. Bueno, no sé si es la palabra exacta pero la pienso. Basntantes veces al día, la pienso. Rondan mi cabeza: su cuerpo arrugado, su endeble contorno, su blanco en la cabeza, sus acechos molestos.
Día 10. No la quería cerca mío, no la quería en mí, no quería el cordón vincular. No la pretendo otra vez a mi alrededor; pero hay algo de ella que se quedó. Su imagen, el cariño que me tenía, su terca insinuación.
Día 2. Me duele el vínculo que tenemos. Me lastima el cordón umbilical que no quiere que cortemos. Está más grande y no me deja dormir por las noches. No, no la quiero creo.
Día 3. No se deja ver bien pero algo blanco apareció en su cabeza. No sé qué es. No quiero saber qué es. Me hace gritar y llorar porque me desespera su existencia. Me alteran sus ganas de depender de mí. Nació sólo para hacerme doler y molestarme. Porque es así: no me deja comer, no me deja dormir, no me deja hablar. Cada vez que intento llevar a cabo alguna actividad, me recuerda que allí está ella. Que la tenga en cuenta, que perciba su aguijón punzante. Quiero que sepa que no la quiero.
Día 4. Creo que entendió los indicios que fui dándole. Hoy amanecí sintiendo que pude descansar bien. Por la mañana no se preocupó en hacerse notar y casi casi que logré olvidarme de ella. pero ahí nomás cuando me senté a desayunar, apareció. Sin hablar, porque no puede, se las rebusca muy bien para decirme: ¿Qué tal?,¡ he vuelto! Por si me extrañas. Me imagino su voz aguda e irónica. Hoy la vi, el blanco de su cabeza aún está ahí. No puedo distinguir qué es. Pero ella está más chiquita.
Día 5. Hoy no molestó hasta la tarde. Más o menos a la hora de la merienda recién se molestó en aparecer. Su cuerpo rugoso es cada vez más diminuto. Siento que se dio cuenta que la quiero menos que poco. No estoy preparada, es así. Que lo sepa. La verdad es esa, ella no se quiso dar cuenta antes. No tengo la culpa. No sabía de su nacimiento.
Día 6. No quiero asesinarla, pero creo que está matándose sola. El cordón se está cortando y no tiene cómo alimentarse. Ella era por mí. La pobre se avivó: yo no era por ella. Es más, yo era mucho mejor sin ella. Ya casi no tiene cuerpo ni blanco en la cabeza.
Día 7. ¡Qué bien que duermo hace dos noches! Creo que le quedan pocas horas de vida. Debería despedirla. No, quizás no. Si no me ancariñé, ¿para qué voy a montar un circo frente a su ida? Que se vuelva nomás a la nada. Esto jamás debería haber sucedido. No debería haber nacido. No en mí. No estoy preparada. Sí, estoy lista para que muera y se vaya.
Día 8. Ay es una tranquilidad constante. Respiro, como y duermo sin su presencia perturbadora. Ya no hay cordones que me aten a ella ni dolores. No la quería. Fue la mejor decisión que pudo haber tomado. Cuando llegás a un lugar y no te reciben con agrado; después de algunos intentos, date la vuelta y andáte.
Día 9. Como suele suceder cuando algo se pierde, cuando alguien se aleja de uno, la extraño. Bueno, no sé si es la palabra exacta pero la pienso. Basntantes veces al día, la pienso. Rondan mi cabeza: su cuerpo arrugado, su endeble contorno, su blanco en la cabeza, sus acechos molestos.
Día 10. No la quería cerca mío, no la quería en mí, no quería el cordón vincular. No la pretendo otra vez a mi alrededor; pero hay algo de ella que se quedó. Su imagen, el cariño que me tenía, su terca insinuación.

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