Germinaciones

Tuesday, August 22, 2006

Despadraste

Parí eternidad en los labios
impalpable
¡parí parí parí!
pero había un padre
había hubo hubiste

despadraste

Amalgamadas

Vestía elegante la gama aquella que no era dama ni beta, que no era alfarera ni psiquiatra. El vestido de gasa azul petróleo le enmarcaba las curvas redondeadas y resaltaba su cintura estrecha. Perlas fucsias alrededor del cuello largo; y en las orejas dos argollas blancas. La gama engasada blande su galantería gamuzada por las mesas del salón.

Sólo yo
que no soy dama ni beta ni alfarera ni psiquiatra
la veo
garza estirando la cabeza, sacando pecho
revoleando bastón y galera
Sólo yo la veo
Greta Garbo en ella

La gama sabe:

sólo yo la veo.
Amalgamas
en espejo

Ayender el presentismo

De vos inicio a mí primera
me quedo
ayéndote
te dejo
ayendiéndonos los dos
por separado
cursillo de primavera: aprender a ayender en sólo tres semanas
qué sencillo sería
volver
desayendidos
al futuro
y encontrarnos
presenteándonos

Saturday, August 19, 2006

Diario

Día 1. Nació inesperadamente. Nada ni nadie supo advertirme que estaba engendrándose dentro mío. Tiempo de gestación: desconocido. Un dolor no experimentado anteriormente me anunció su llegada a mi mundo. La toqué, rozándola despacio, la palpé. Con las yemas de los dedos fui descubriendo su forma, dibujando el contorno de su cuerpo arrugado. Todavía no la quiero.
Día 2. Me duele el vínculo que tenemos. Me lastima el cordón umbilical que no quiere que cortemos. Está más grande y no me deja dormir por las noches. No, no la quiero creo.
Día 3. No se deja ver bien pero algo blanco apareció en su cabeza. No sé qué es. No quiero saber qué es. Me hace gritar y llorar porque me desespera su existencia. Me alteran sus ganas de depender de mí. Nació sólo para hacerme doler y molestarme. Porque es así: no me deja comer, no me deja dormir, no me deja hablar. Cada vez que intento llevar a cabo alguna actividad, me recuerda que allí está ella. Que la tenga en cuenta, que perciba su aguijón punzante. Quiero que sepa que no la quiero.
Día 4. Creo que entendió los indicios que fui dándole. Hoy amanecí sintiendo que pude descansar bien. Por la mañana no se preocupó en hacerse notar y casi casi que logré olvidarme de ella. pero ahí nomás cuando me senté a desayunar, apareció. Sin hablar, porque no puede, se las rebusca muy bien para decirme: ¿Qué tal?,¡ he vuelto! Por si me extrañas. Me imagino su voz aguda e irónica. Hoy la vi, el blanco de su cabeza aún está ahí. No puedo distinguir qué es. Pero ella está más chiquita.
Día 5. Hoy no molestó hasta la tarde. Más o menos a la hora de la merienda recién se molestó en aparecer. Su cuerpo rugoso es cada vez más diminuto. Siento que se dio cuenta que la quiero menos que poco. No estoy preparada, es así. Que lo sepa. La verdad es esa, ella no se quiso dar cuenta antes. No tengo la culpa. No sabía de su nacimiento.
Día 6. No quiero asesinarla, pero creo que está matándose sola. El cordón se está cortando y no tiene cómo alimentarse. Ella era por mí. La pobre se avivó: yo no era por ella. Es más, yo era mucho mejor sin ella. Ya casi no tiene cuerpo ni blanco en la cabeza.
Día 7. ¡Qué bien que duermo hace dos noches! Creo que le quedan pocas horas de vida. Debería despedirla. No, quizás no. Si no me ancariñé, ¿para qué voy a montar un circo frente a su ida? Que se vuelva nomás a la nada. Esto jamás debería haber sucedido. No debería haber nacido. No en mí. No estoy preparada. Sí, estoy lista para que muera y se vaya.
Día 8. Ay es una tranquilidad constante. Respiro, como y duermo sin su presencia perturbadora. Ya no hay cordones que me aten a ella ni dolores. No la quería. Fue la mejor decisión que pudo haber tomado. Cuando llegás a un lugar y no te reciben con agrado; después de algunos intentos, date la vuelta y andáte.
Día 9. Como suele suceder cuando algo se pierde, cuando alguien se aleja de uno, la extraño. Bueno, no sé si es la palabra exacta pero la pienso. Basntantes veces al día, la pienso. Rondan mi cabeza: su cuerpo arrugado, su endeble contorno, su blanco en la cabeza, sus acechos molestos.
Día 10. No la quería cerca mío, no la quería en mí, no quería el cordón vincular. No la pretendo otra vez a mi alrededor; pero hay algo de ella que se quedó. Su imagen, el cariño que me tenía, su terca insinuación.

Monday, August 14, 2006

Monocromático

Intentaban mirarse entre la polvareda de tiempo, anaranjada, que se levantaba entre lo dos.

Aghhhhhhhh, aghhhhhh. Policordes gritos y alaridos.
Aghh, aghhhhh. El viento arremolinaba la tierra y su boca era el ojo del huracán, el centro de tormenta. Sus labios cedieron ante el imprevisto vendaval. Aghhh. Aghhhh
Sequedad de color en la garganta. Oscuridad naranja en las retinas
Tragó polvo de tiempo. A las córneas se adhirió polvo de tiempo.

El vendaval acabó, cesó el viento, el huracán y la tormenta terminaron.
Lengua, dientes, glotis, paladar, faringe, laringe naranjas.
El pasto es naranja, el río también. Naranjas las bananas, los jazmines, el chocolate.

Ella es anaranjada

El vendaval acabó, cesó el viento, el huracán y la tormenta terminaron.
Él ya no está esperándola del otro lado.
Él ya no está.
Él ya no está para despintarla, decolorearla.

Cuando piensa en él, ella escupe naranja y vomita naranja y las lágrimas son naranjas como los mocos que caen persitentemente sobre sus labios.

Lo que ella nunca supo es que el pasto de él también es naranja como sus dientes y su paladar. Lo que ella jamás sabrá es que él también escupe naranja y vomita naranja cuando piensa en ella.

Aghhhhh. Gritos policordes dípticos.

Quizás sea mejor que no se hayan enterado de su estado y en el rencor se vayan olvidando el uno del otro porque, según está probado por el Departamento Científico de Harvard, un ser naranja necesita un ser otro color para poder dejar de ser monocromático

Tuesday, August 08, 2006

Hoy

Hoy no voy a gritar
por la oscura oscura oscuridad
Hoy sé que voy a dormir toda la noche
sin paranoias, ni besos en la frente
Quizás me levante una mañana y te encuentre
o tal vez me despierte en otra habitación
Hoy sé que no habrá sombras en el espejo
cuando me sobre yo en el colchón
Hoy me esperan en la otra orilla
las hojas caídas del otoño anterior
Hoy sé que andaré descalza
sobre piedras angulosas y estrellas de mar
Hoy sé que no habrán cayos ni dolor
tengo sobre la espalda dos alas
de retazos bordó
-prohibido acercarlas al sol
se derrite la sangre que las forjó-

Hoy más allá de mi nariz
estoy yo con yo
sin mayo afónico
sin julio ronco
con agosto enfermo
conmigo
sin voz

Tantas más

La encontré un martes frío de agosto. Sobre la planta que mi mamá tenía en el balcón.
Era púrpura con matices de rosa y fuscias sobre el borde de las alas. Estaba acurrucada, como si pretendiera ser un bicho rugoso, redondo, chiquito. Ella, ella la dama hermosa; la fugitiva princesa, la efímera mujer ¿quería ser una bolita marrón pequeñita?
Le acaricié un ala. No se movió. La agarré entre el dedo índice y el mayor. No se movió. Estaba muerta. La puse sobre la palma de mi mano. Aleteó. ¿No estaba muerta? No. La acerqué a mis ojos miopes. Eran espléndidos los colores. La llevé hasta mi oído para escuchar su respiración. No la oí. Sin embargo, sabía que estaba intentando decirme algo.

¿Un escarabajo, una luciérnaga, una vaquita de San Antonio? ¿Para qué destruir la belleza, la sensualidad? ¿Por qué?
No la llegué a escuchar. De repente, como si el calor de mi cuerpo fuese un asesino irracional, en mi mano hubo un incendio breve, cortísimo. Después, sólo fueron cenizas.

Nunca me lo dijo, nunca alcanzó a contármelo.

Soplé el polvo grisáceo sobre la planta de mi mamá.

Lloré una muerte ese martes frío de agosto. No sabría que después vendrían tantas más.

Friday, August 04, 2006

La espera

continuación de una historia sin terminar que un amigo de pueblo me regaló...

Allá en el pueblo el hombre de utopías multicolores se había sentado a descansar un rato frente a la obra que (des) construía. Sin limpiarse las manos negras hollín agarró el sandwich de milanesa y la botella de agua, que se había llevado en un tupper, desde su casa
Dejó escapar un suspiro, mezcla de catarro y estornudo, mientras pensaba cuáles serían los pasos para derribar finalmente el edificio. Primero, pensó, no faltaba tanto. Un poco de pico por la pared izquierda. No entendía por qué ese lado le estaba costando más que el derecho. Quizás, usaron distinto cemento; empezaron con el mejor y cuando se dieron cuenta de que les iba a salir caro, compraron el berreta. Estos chantas no gastan mucho sino es para su juerga de las noches. Entonces, repasemos, un poco de pico en la izquierda y después todo el laburo era con la pala. Más de tres noches no iba a tardar. Buen tiempo, Oliverio, buen tiempo. Tendrás tu recompensa. Ahora eso sí, rajá, rajá urgente porque cuando se enteren los de la Municipalidad te matan. Menos mal que ahora andan de viaje por la Capital. Lástima que el Guille no te pudo dar una mano, pero anda con mucho laburo. Quizás el Pancho, pero ese vago anda siempre durmiendo, cansado de estar agobiado de la nada como dice su mujer. Mejor, así, mejor solo. Si al final te gusta decir que te la bancás vos solito. Sí, es verdad.
Poco más de cuatro días tardó el hombre en darle forma a su idea y poco más de cuatro en demoler la obra de cemento y ladrillos. Un hedor rancio se desprendía de sus ropas desgarradas, tenía su pelo corto crispado y en su cara, lo único que alertaba que aún vivía eran sus ojos de miel que parpadeaban. Todo lo demás, era: espesa negrura inmóvil. Como si la muerte se hubiera puesto su cuerpo para asistir a una fiesta de disfraces. Sin embargo, Oliverio vivía. Más que nunca. Con la muerte en su cuerpo, estaba más vivo.
Cuando se consumió el derrumbe eran las seis y cuarenta de la tarde. A la Muncipalidad ya le habían pasado el dato y había avisado al pueblo vecino que detuviera el inaudito accionar de aquel hombre. Pancho se había enterado por la radio de la locura de su amigo. Nada le había sorprendido y tampoco lo sorprendió no sentirse sorprendido. Olverio era así desde chiquito. Con su Sierra modelo 79 celeste pasó a buscarlo antes de que llegaran a agarrarlo.
¡Se la pasa lindo con gente amiga como vos, Panchito!. Me viene al pelo que siempre andés tirado mirando la caja boba. Ey, ey, no te vayas muy lejos. Que hoy a la noche tengo que volver a este mismo lugar. No, no no soy Loco ni Cuerdo. Oliverio, podés llamarme. Sí, está bien vayamos a lo de la Gallega ahí nadie nos encuentra pero esta noche jurá que me traés. Jurálo por el vino, por el dominó de los domingos y por la Mirta. Así, te creo. Vamos nomás.
Hombre de palabra, cuando escuhó por la radio y confirmó con el noticiero que ya no buscaban por el pueblo a su amigo, lo alcanzó hasta donde estaba el cadáver del edificio. Te espero en el auto. Mirá que me quedo ahí estacionado. Sí, yo te aviso. hacé lo que tengas que hacer pero rápido. Oliverio sonrió mostrando que la falta de algunos dientes no extermina la ternura de una mueca de alegría y satisfacción.
Esperó. Una, dos, tres, cuatro horas. Oliverio esperó a que ella apareciese. Había destruido a su enemigo. Había destrozado el obstáculo que impedía el encuentro. Había exterminado con esfuerzo aquel bloqueo tan armado. ¿Se habría olvidado ella de la promesa de ambos?, ¿se habría cansado de esperarlo?Miró a uno y otro lado, pero no estaba. Ni siquiera una sombra, un rastro. Ni un mensaje en código, ni una nota para armar o descifrar. Con los diez dedos rastrilló el polvo del edificio mutilado, apretó fuerte el hollín con la palma de la mano hasta volverlo polvo negro casi invisible. Corrió hasta el auto. Pancho dormía. Se acostó sobre el cuerpo desintegrado del edificio, con la cara hacia arriba.
A la mañana siguiente supo que ella jamás había llegado. La negrura de sus pómulos, su nariz, su boca se deshacía arrastrada por un fino hilo de agua; la mezcla era petróleo. Petróleo que lo condenaba a quedarse inmóvil sobre los escombros edilicios.
¡Llevense el cadáver! La Municipalidad había llegado.
Pancho nunca supo a quién esperaba Oliverio pero sobre la tumba de su amigo juró, una y otra noche, que jamás dormiría hasta que ella apareciera en el lugar establecido para la cita...